sábado, 25 de febrero de 2012

el arte


                                              El arte
Un testigo fidedigno de la evolución del hombre ha sido desde que tuvo cerebro el arte.

Nos podemos olvidar tranquilamente de Hauser y su actitud Rodiniana ante las marcas comunales en (probablemente una piedra, estee...) el lugar de reparto de comida de la tribu.

Los claroscuros producidos por el fuego en la entrada de las cavernas, y el descubrimiento de que aquéllo que obscurecía los alrededores del fuego dejaba la marca de quienes lo rodeaban, habrá con el tiempo engendrado el deseo de permanecer en la memoria de los otros dejando una sombra de su paso por la aldea, quemándose la mano delante de los demás, e imprimiendo la imagen en la pared de la caverna comunal. (Lo más al fondo posible).

Como la observación de las ampollas al hincharse tiende a producir en los seres humanos pensamientos del estilo de: "qué boludo que soy", con la utilización de la misma antorcha usada antes para ampollarse la mano, con el tiempo se impuso la técnica de rociar la mano apoyada en la pared con sangre escupida por el aspirante a brujo o a cacique de la tribu.

Ahí el arte se separa de la religión. Sobre todo cuando cansado de pedir que lo dejaran escupir sangre, al primer artista propiamente dicho de la historia, (historia porque es la primera escritura), se le ocurrió teñir agua y escupirla sobre una pared. 

La utilización de grasa y de tintura en los primeros dibujos atestiguan por un lado la todavía incierta separación entre los distintos grupos de las funciones de artista y de sacerdote que predominaban en el imaginario de la tribu.

Y por el otro la libertad de que gozaban esas primeras imágenes para representar lo que quisieran tal como lo vieran.

 

(Por respeto al maestro Arnold, me sujeto a la historia del surgimiento de la imagen, con respecto a la música me remito a trabajos más conocidos, como la loca historia del mundo de Mel Brooks).

 

Es el surgimiento del Estado lo que ordena el caos. Y el que sugiere por primera vez la idea de un arte en rebeldía contra el orden. Desde el escriba hasta el aún no proclamado sucesor del casi anónimo fotógrafo que sacó esa foto del che.

 

Afirmándose en esa rebeldía, el arte pasó a ser un acta de afirmación de la individualidad, aunque sea como una manera de expresar lo diverso.

Especialmente desde el renacimiento, cuando por fin la cultura medieval pudo alcanzar a Giotto y apuntar al Bosco.

La afirmación del individuo por sobre la tábula rasa del Estado implica un primer "contrato social" entre el que encarga la obra y el que la realiza, comprometiendo al artista a realizar la obra en un contexto, y a estudiarlo. Ya no eran esclavos.

Por si no hubieran sido pocas las exigencias del Estado, ahora la creación debía también subordinarse a las exigencias del conjunto de la sociedad.

 

En el arte se expresa antes que nada humano la lucha entre el deseo del ello y la necesidad de enfrentar a esos deseos inmanejables del individuo con las exigencias de su ser social. La vieja lucha entre el ello y el súper yo que el artista pretende interpretar.

El derecho a la expresión de la voz del individuo ante el estado suena por primera vez en Miguel Angel, y perdura hasta Velázquez y las meninas, su singular representación de la caza del bisonte.

Y es que bien leído, ése cuadro es un panfleto, una incitación al regicidio.

Un reemplazo de la voz del rey por la del individuo. El recién creado ciudadano. (Vuelto a resucitar desde el altar del ágora).

Podemos historiar la representación artística del surgimiento del Estado capitalista como un tipo de representación que acompaña a otros eventos sociales en los que se impone paulatinamente el concepto de individuo sobre el concepto de masa. Y el momento del inicio de su desgaste simbólico desde que Luis XIV accedió a aquél innoble retrato.

Marca el reemplazo del Estado encarnado en una persona por la idea de la encarnación en la multitud.

Desde entonces, la mirada del arte ya no enfoca a los ángeles, ni a los habitantes del palacio. Desciende la escalera de mármol y retrata su camino hasta la choza de los suburbios.

Deja de retratar el orden para hacer lo opuesto. Se convierte en expresión del desorden. Vuelve a retratar al escriba.

 

Antes que las distintas expresiones contemporáneas del Estado comiencen a fragmentarse, ya la expresión del yo brindada por el arte explotó a principios del siglo XX. (demostrando una vez más que la sabiduría de aquéllos chinos que decían que al alterar la música cambios enormes se producirían en el Estado, no había sido extraída de las revistas de horóscopos que divulgan el I Ching).

Se sobrepasó la delgada línea que separa la expresión social de la afirmación individual.Ya Sade, Rimbaud y Nietzsche se habían parado sobre ése delgado nervio y apoyados en el dolor social que producían habíanse afirmado como individuos. (Para qué incluir a Hugo).

Esta explosión en la búsqueda de lenguajes alternativos que solamente yo y unos pocos como yo entiendan, ha sido recogida por las masas en el sentido de hablar también ellos esos lenguajes alternativos considerándolos propios.

 

Esta desprolija historia está destinada a demostrar la hipótesis de que ahora el sentido del arte ha cambiado. De ser una mediación a ser un lenguaje adoptado por las masas. La última tendencia del arte de la época estatal tiende a confundirse con (o directamente a copiar) las últimas fotos del arte callejero.

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