sábado, 25 de febrero de 2012

El peronismo


 

                                 El ciclo del peronismo

 

En el ´43 el punto final que se llevó puesta a la administración oligárquica tardía que pretendía volver el país 50 años atrás a rebencazos como si no existiera la ley Sáenz Peña, y como si no hubieran ya entregado el poder décadas antes, fue una marea revolucionaria que cortó para siempre con cualquier intento de construir un país hacia atrás, a lo Patrón Costas.

Era natural. Los remedios que ya no encontraba la gente bien en la época de Juárez Celman mal podían funcionar en los coletazos de la crisis del ´30. Gente bien que no entendía nada de nada, y cuyo modelo de administración se basaba en decir floridos discursos citando a Shakespeare y Sarmiento, anunciando pomposamente que habían decidido hacer lo que el embajador yanqui le había dicho al inglés que les dijera, también pomposamente.

Así pasó que todo el mundo levantó cabeza después de la crisis menos Argentina. Y con el asunto de la guerra, los tallercitos argentinos hacían lo que podían y los ingleses le seguían aconsejando al viejito Castillo que no  les diera permiso, y se seguían llevando la carne y los cereales al fiado y allá comían, pero acá no.

 

En ese momento llegó el golpe del ´43. Nuestro contemporáneo instintivo rechazo por la idea de golpe militar no nos permite sentir la inmensa sensación de restitución, de asunción de la gravedad del despojo cometido, cuando las fuerzas armadas arrebataron el poder a esa minoría a la que ellas mismas se lo habían dado en el ´30, para dárselo nuevamente a la mayoría.

Pero desde el mismo golpe fue evidente que tal mayoría estaba lejos de existir. Todos estaban de acuerdo en que la minoría gobernante padecía la misma ceguera aunque se muriera Ortiz, pero no había una fuerza aglutinante que dirigiera el proceso.

Ese momento de titubeo en Sabatini, en Pinedo, fue aprovechado instantáneamente por el peronismo.

O lo que años después llegó a adquirir el nombre de tal.

Primero fue un movimiento. Todos los que confluyeron en él a la postre salieron desilusionados, probablemente más que todos ellos su líder.

Pero poder descubrir en Juan Perón la figura que aglutinaba la nueva mayoría permitió al país dar un real paso adelante.

Mañana es San Perón, decian las masas, y al amparo de su grito de guerra, un oscuro diputado santiagueño expropiaba las máquinas viales para construir el canal que solicitaban en vano hace décadas, mientras desde el Estado Capitalista, recién fundado, se desarrollaban políticas de desarrollo de la industria y de educación del nuevo proletariado.

De redistribución de la riqueza, enfatizan ahora, pero hay que anotar que en ese momento se trataba de una distribución de riqueza que estaba siendo generada. Por fin volvíamos a agarrar el ritmo que habíamos perdido en el ´29. Tarde, con respecto a Australia y Canadá, pero al menos nos movíamos para algún lado.

 

Como con Trotsky, las especulaciones acerca de porqué perdió el poder y tuvo que exiliarse, y muchas de sus conquistas fueron impunemente pisoteadas delante del pueblo impotente, son innumerables.

Pero significó una revolución social, desde que las capas sociales inferiores encontraron una vida mejor económica, pero también cívica, siendo respetada su cultura (la época de oro del folklore, la música de los cabecitas negras) y atravesaron barreras que la oligarquía criolla (como la hindú) había mantenido cuidadosamente.

Barreras que venían en realidad de mucho más lejos en el tiempo. Nacimos como nación incorporando el concepto de frontera, no con respecto a los demás, en cuanto interlocutores con otras naciones.

Solamente con respecto al indio mantuvimos ese concepto de frontera vuelta de cabeza, que es la frontera que no protege hacia afuera sino hacia adentro, la frontera social.

Y lo mismo con el negro, el mulato, el gaucho. Martín Fierro mismo mal leído es un compendio de discriminación social,

Algo de esa energía duramente contenida y para nada entendida por sus participantes y menos desde la izquierda, salió a luz el 17 de Octubre. Fue el regreso del malón (por decir esto mismo la metieron presa a mi mamá durante el primer peronismo), no por algo se habló de un aluvión zoológico.

Para mucha gente que había leído el martín fierro con mala intención, y que se preguntaba porqué había caído Rosas en Caseros, era por fin llegado el día en que un gaucho llegue a mandar. 

A Rosas le sobraron gauchos, negros y mulatos y hasta indios. Lo que le faltaron fueron doctores.

A Perón en cambio, le sobraban.

Porque no le servían para nada. Al mejor estilo jesuita, los doctores estudiaban en el manual en inglés. Y después veían el 17 de Octubre y corrían a esconderse debajo de la cama clamando por los gurkas.

En ese sentido el peronismo encarna, sobre todo en su mitología practicada, la repetición del 17 de Octubre, los descamisados, las reivindicaciones, la invitación al diálogo de dos sectores, que lo acerca a Rosas e Irigoyen, la repetición hasta el hartazgo de ese fugaz momento en que pareció que dialogar era posible.

Como en toda revolución capitalista, empezando por la francesa (para qué mencionar a Carlos I) la clase dirigente se negó a oír, se negó a ver, se negó a actuar, salvo por ejercer crecientemente esa resistencia sorda que desembocó en el ´55.

 

 

 

Después de abandonar la Casa Rosada Perón siguió gobernando la Argentina, a través del peronismo, no como bloque uniforme y obediente, sino como escenario en cuyo seno se negociaba también.

Los reproches de fascismo que se le dirigían sobre todo desde la izquierda, que coincidía no solamente aquí con el discurso imperialista yanqui, habían desencadenado al fin dos reacciones. Una, la de suplantar su función como dirigente del estado, y la otra, dentro de su partido-movimiento, la de hacer tambalear su famoso verticalismo.

En realidad, el verticalismo peronista, como muchas otras palabras peronistas nunca realmente alcanzadas, like justicia social, siempre fue una ilusión, una piedra de Tántalo que siempre requería de sacrificios de la base y jamás se lograba en las alturas.

 

La muda pregunta que el golpe del ´43 había formulado a los que se decían entonces representantes de la mayoría seguía sin respuesta todavía en el ´72. Fue entonces cuando los militares, puestos todavía en la difícil tarea de reparar su acción del ´30, y aún sin encontrar con quien hacerlo, volvieron la vista al viejo jodido sin el cual el país se tornaba progresivamente ingobernable.

Las balas derramadas en Ezeiza quebraron otra vez la esperanza del diálogo.

 

Desde entonces, los sucesivos gobiernos peronistas han tratado de llevar adelante políticas diversas, en las que más que una decadencia puede anotarse el itinerario de una prescindencia creciente atada a una iconización peligrosa.

Lo de la prescindencia creciente se refiere a que cada vez menos las políticas llevadas adelante por la dirigencia en el poder tienen que ver o están apoyadas en lo que se llamaba al principio unidad básica.

Y lo que lo reemplaza, las movilizaciones del choripán en el conurbano, cumplen muy bien su papel en tv, pero no alcanzan a llenar el vacío en su papel social. El partido que dice representar a las masas argentinas ansiosas de revolución latinoamericana cada vez menos relación tiene con ellas.

Lo de la iconización peligrosa tiene que ver con la ligazón ideológica a las primeras fuentes del peronismo, en donde la oligarquía detenía, aliada al imperialismo inglés, o lo que quedaba de él, a los futuros obreros tranquera adentro manteniéndolos de peones, con la misma cerrada actitud del duque francés que se negaba a licenciar sus siervos feudales antes de la toma de la Bastilla.

Entender al bicentenario que lo que hay que desarrollar en Argentina es la industria es iconizar hasta el suicidio político las relaciones sociales del ´43.

 

Quizás no venga mal recordar que, muerto Perón, los demás candidatos a sucederle han sido todos doctores.

 

 

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