Marx
Uno de los
errores de la visión marxiana es que administra ideológicamente las sociedades
desde su producción, y, al hacerlo, conspira en una deformación del concepto
con respecto a la realidad.
Similar en
todo caso a lo que hacemos en el teatro. Así como en el segundo acto resultaría
incongruente la aparición de un personaje que hablara y actuara como si aún
discurriera el primero, así los marxistas tendemos a olvidar que la producción
puede definirse e interpretarse por la forma de producir imperante, la que
produce los mayores renglones, pero nunca será la única.
Así, la
consigna socialismo o barbarie, tan manida, carece de lógica interna, y por lo
tanto de verdad. El resultado final será más bien socialismo y barbarie. Como
coexisten hoy en el capitalismo la producción automatizada y el esclavismo.
Esa barrera
ideológica hacia atrás es también una barrera hacia adelante. Mientras el
capitalismo exista como medio de producción dominante no se puede pensar en un
socialismo.
No es sorprendente
entonces que los intentos de construir comunidades hacia el socialismo hayan
sido premarxistas. O para-marxistas.
La visión
marxista ha enfatizado con respecto al papel del estado y su papel en la
creación de una sociedad socialista históricamente dos pilares.
Uno, la
concepción monolítica del estado capitalista, como una máquina bien aceitada
que se opone a cualquier intento de disputa de su supremacía como árbitro final
de cualquier disputa productiva, y el otro, la imposibilidad de construir una
sociedad alternativa capaz de sobrevivir ante los intentos del estado
capitalista de destruirla.
Mirado en
términos de fuerza relativa, la elección del proletariado industrial como
ejército de lucha, de sujeto de la revolución, fue acertada en el corto plazo,
pues permitió enfrentar al estado capitalista, arrancarle por su intermedio
conquistas quizás impensables sin esa organización proletaria, y de alguna
manera utilizar a ése estado enemigo como garante de esas conquistas.
Incluso,
aunque sólo en los países periféricos de economías atrasadas, y en combinación
con la lucha campesina precapitalista, le permitió apoderarse del estado. De su
parte política, pues en lo económico siguió siendo capitalista.
Pero los
desafíos actuales ya no son los mismos, ni se presentan de la misma manera.
Para
empezar, el proletariado industrial, de ser la columna vertebral y la cabeza de
la lucha anticapitalista mundial, hoy es la retaguardia.
Una
retaguardia aún nimbada de gloria por las luchas pasadas. El capitalista medio
aún tiembla cuando los batallones de obreros industriales se ponen en marcha.
Pero ya no
están en la calle.
Los
trabajadores de sectores no productivos, de economía terciaria, son los que lo
reemplazaron.
Sus métodos
de lucha son distintos, y su capacidad de “hacer daño” es mediada. Cuando el
proletariado industrial se paralizaba, y paraba la producción, miles de
toneladas de acero y de carbón en todo el planeta cambiaban súbitamente de
destino.
Comparado
con ese poder, la capacidad obstructiva del trabajador de economía terciaria es
casi nulo. Su lucha es más bien declamatoria que efectiva.
Como en el
capitalismo y su neurosis por el ahorro cualquier gasto superfluo se termina,
el estado ha adaptado su capacidad de represión a ésta nueva situación. La
fuerza represiva del estado se ve desbordada por cualquier protesta que exceda
el marco de éstos trabajadores. En el 2001 en Argentina, en 2011 en Medio
Oriente, y en varios países más.
Inusualmente
entonces, se da la paradoja de que cualquier organización revolucionaria se
pudiera plantear la toma del poder.
Paradoja
porque cualquier intento de hacerlo, (de tomar la casa rosada, por ejemplo), no
permitiría a dicha organización hacerse con el poder del estado, que, como
anotan los que leyeron Gramsci y dicen que lo entendieron, está basado en el
consenso social.[1]
Obviamente,
la crisis terminal del estado, un 2001 en argentina, deja esta paradoja
momentáneamente en el aire, pues en una crisis así, se ha perdido todo
consenso.
Pero,
volviendo a las condiciones normales, ese consenso social previo debe buscarse
en la lucha de clases.
Los avatares
con que ésta se adorna nos permiten encontrar resquicios de enfrentamiento al
sistema, no tanto físicos cuanto ideológicos.
Ahí no
podemos enfrentar al sistema con los puños, pero sí con la cabeza.
Sí, ya sé,
los zurdos estamos hartos de oír aquello de tiene razón pero marche preso.
Pero no
olvidemos que el estado capitalista está pereciendo. Cual un gigantesco
dinosaurio, ya no puede cumplir su rol.
Por ello, la
capacidad de los trabajadores de la economía terciaria de aglutinar en su apoyo
el consenso social puede volverse crucial en las luchas de clases que se
avecinan.
Por otro
lado, ésta disminución del estado permitiría, si nos lo planteáramos, el
surgimiento de comunidades autonómicas que giraran al socialismo, no ya en lo
económico solamente, sino en lo relacional, tanto hacia adentro como hacia
afuera. [2]
Y es que la
posibilidad fáctica de abrir comunidades socialistoides no se agota en sí
misma. También se debe disputar un espacio libertario en toda la sociedad,
transversalmente.
Quizás se
deba a un desfase entre el lado objetivo y el subjetivo de la revolución, pero
ahora se abren otras posibilidades que uno suponía que se abrirían recién
después de tomar el poder.
Que al mismo
tiempo son necesidades, por aquello de Gramsci.
[1]
“La lucha de clases, dice Gramsci, ahora debe incluir una dimensión cultural;
debe plantearse la cuestión del consentimiento de las clases subalternas a la
revolución. “ Razmiz Keucheyan. Un Pensamiento Convertido en Mundo. Le Monde
Diplomatique. Ed. 157. Julio 2012.
[2]
Lo que dicen que quieren hacer
y no hacen fidel y la unasur. Lo que resulta verboten en Cataluña.
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