domingo, 15 de abril de 2012

Es posible otro New Deal?


                                                Es posible otro New Deal?

No. Jaja, fin del artículo.

No, bueno, a ver…

El New Deal significó ni más ni menos que otro contrato social. Se impuso en todo el planeta con una guerra mundial. Significó un cambio profundo en la relación del valor de la hora de trabajo con respecto al porcentaje de capital invertido, o sea, una drástica disminución de la plusvalía, y produjo un salto en la producción y en la tecnología equivalente a una segunda revolución industrial.

Porqué?

Jaja, bueno, volvamos a las 36 libras de algodón hilado (ver Marx, las 36 libras). La relación entre el capital fijo y el variable involucrados en los inicios del capitalismo, y la relación del capital invertido con la plusvalía conseguida, dependía de la hora de trabajo del obrero como principal fuerza productiva.

La evolución de esta primera revolución industrial llevó a un desarrollo tecnológico impensable en los términos en que ese primer contrato social del capitalismo había sido firmado.

 El desarrollo tecnológico llevó a una desproporción creciente entre el capital fijo y el variable. Si volvemos al estructuralismo es un paso en las proporciones involucradas (y sus funciones) equivalentes al paso de organismos celulares a los pruricelulares. De células aisladas a órganos que cumplen funciones.

Sin ir tan lejos, de todas maneras, la relación del capital total con el valor de la hora de trabajo era ahora ridícula. [1]

El reconocimiento legal de esa situación es el New Deal. Si ahora invertíamos tantos millones en tecnología, qué costaba darle un sueldo decente, una jornada laboral de ocho horas, y hasta permitirle el sindicato y vacaciones pagas. Aumentar el tamaño de las cucharas.

Obviamente, esta deconstrucción del sistema capitalista cambiando la piedra fundacional económica por otra, (más grande) tuvo consecuencias que cambiaron absolutamente el resto de las relaciones económicas, políticas y sociales.

Para empezar, la noción y la función del Estado Capitalista. Se permitió entrar al ruedo a la revolucionaria idea de que el estado podía intervenir en la economía. Esta sola noción permitió a los países de la periferia mundial intervenir en el mercado como capitalismos nacionales.

(Abandonando el papel adjudicado por el primer capitalismo de productores de mercancía de tipo feudal, o sea materias primas, como único tipo de producción permitida). (y el papel adjudicado al estado como mero mantenedor de las rutas económicas libres de bandidos).

También cambió la noción de democracia. Pasó de ser simbólica a ser efectiva. Millones de productores de ideas e investigadores desarrollaron técnicas muy efectivas para impedir al boludo normal ejercer ese derecho.



La actual crisis se parece mucho a la del ´29 en el sentido de plantear los mismos problemas. Pero ya no son posibles las mismas soluciones.

Primero, el gran obstáculo es ante todo ideológico. La misma mera existencia de la revolución rusa ponía al desarrollo capitalista un aliciente y una barrera. Si el sistema capitalista caía, la revolución rusa triunfaba. Y si el nuevo capitalismo era incapaz de ofrecer un nivel de vida alto a sus trabajadores, estos se alzarían (como lo hicieron) hasta destruirlo (lo que no pudieron conseguir, debido a la traición estalinista).

La inexistencia de una economía alternativa al capitalismo, la caída del muro, lo pone en la situación de creer que si el capitalismo se detiene, la gente no tendrá alternativas revolucionarias a su alcance. El boludo conseguido es tan boludo que el capitalismo cree que es incapaz de pensar.

El New Deal se alcanzó gracias a la renuncia en parte compulsiva que el patrón tuvo que hacer con sus empleados. Las figuras de los líderes de estado de ésa época tienen hasta hoy una carga emocional muy fuerte pero similar. Roosevelt, Perón, De Gaulle.

Todos ellos son odiados por las clases altas y queridos por las bajas.

Un líder así es hoy imposible porque el uno por ciento sigue pensando que tiene el poder. No cederá hasta que se le demuestre que ya no lo tiene.

El otro gran obstáculo es político. Por dos veces, (la primera le costó la aparición de la Revolución rusa y la segunda la extensión de su dominio a un tercio del planeta), el capitalismo consiguió convencer al proletariado de dejar de trabajar e ir a pelear, no en la lucha de clases sino en la guerra. No mataba al patrón, mataba al empleado del otro.

Una guerra mundial que alcanzara hoy semejantes proporciones significaría probablemente el fin de la civilización, y por lo tanto, el fin de la economía capitalista.

Aunque el boludo es hoy realmente muy boludo, y el financista de Wall Street esté firmemente convencido de que puede hacer lo que quiera con el planeta, y la humanidad le pertenece, esa visión es esquizofrénica. (Ya no es boluda, es criminal).

Ni el boludo es tan boludo ni el financista puede desencadenar una tercera guerra y conseguir que todos los boludos se alisten.

Obvio, le queda el recurso de hacer una guerra robótica. [2]



El otro obstáculo es social. El que es definitivo. Los otros son teóricos y abstractos, este es sólido, no líquido como dicen por ahí.

El asunto es que el número de cucharas que acechan la sopera, esta vez han cambiado su composición. Ahora, las cucharas más numerosas son las de la producción terciaria.

El cambio de clases social en la sopera es fundamental, y, revolucionario o no, transformará el tamaño de las cucharas.

Este hecho nuevo ha producido una virtual paralización por desorientación en las luchas, por parte de ambos bandos.

Por un lado, la virtual desaparición del proletariado industrial del papel de vanguardia en las luchas. Quizás sean aún el peso pesado, el que al intervenir puede arrojar el fiel de la balanza a su favor, pero ya no están más en la vanguardia.

Como el peso de la izquierda está volcado a la inserción industrial, tomado como un objetivo prioritario a nivel estratégico, ello lleva a la izquierda a abandonar prácticamente el campo de la vanguardia.

Pero además, deja en el aire una antigua estrategia capitalista, que viene del New Deal.

Aumentar el sueldo de los trabajadores industriales en la época de Roosvelt, implicó también destinar parte de ese aumento en la proporción del capital variable sobre el fijo, a comprar las direcciones sindicales, y ponerlas al servicio del capital. Los fabulosos ingresos de los líderes sindicales y su enorme poder social, garantizaron su complicidad y su traición ante cada lucha obrera.

Hoy, ese dinero le parece plata tirada a la basura al capitalista.
Como el proletariado no está a la vanguardia de la lucha, comprarlo no le significa al capital ahorrarse éstas.



[1] “El ciudadano Weston ilustró su teoría diciéndonos que si una sopera contiene una determinada cantidad de sopa, destinada a determinado número de personas, la cantidad de sopa no aumentará porque aumente el tamaño de las cucharas. Me permitirá que encuentre este ejemplo poco sustancioso. Me recuerda en cierto modo el apólogo de que se valió Menenio Agripa. Cuando los plebeyos romanos se pusieron en huelga contra los patricios, el patricio Agripa les contó que el estómago patricio alimentaba a los miembros plebeyos del cuerpo político. Lo que no consiguió Agripa fue demostrar que se alimenten los miembros de un hombre llenando el estómago de otro. El ciudadano Weston, a su vez, se olvida de que la sopera de que comen los obreros contiene todo el producto del trabajo nacional y que lo que les impide sacar de ella una ración mayor no es la pequeñez de la sopera ni la escasez de su contenido, sino sencillamente el reducido tamaño de sus cucharas.” Salario Precio y Ganancia. Pag 7 Edición en Lenguas Extranjeras. Pekín 1976. http://bivir.uacj.mx/libroselectronicoslibres/Autores/CarlosMarx/Salario,%20precio%20y%20ganancia.pdf

[2] Eso implica que no solamente debemos acudir al derrotismo revolucionario no alistándonos, sino ocupando los lugares desde donde semejante guerra se desate.

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